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Victor Montoya

Nace en 1963.

Estudió en la Escuela Provincial de Bellas Artes de San Salvador de Jujuy, en la especialidad Artes Plásticas.

Víctor Montoya, de extracción catalana, encuentra en Jujuy la enseñanza y la inspiración que lo llevan rápidamente a verse distinguido en ocasión de exposiciones colectivas o individuales. Colecciona los primeros premios, tanto en Jujuy como en Buenos Aires, Rosario y Santa Fé, llegando a exponer en el Salón Nacional.
Excelente muralista, trata sólo grandes telas cuya originalidad es incontestable. Su dominio de la materia acrílica, en el límite del virtuosísimo, le permite transparencias asombrosas.

Juego de planos sobre el plano en donde el rigor del rectángulo, del cuadrado, del triángulo y del círculo está contrabalanceado por la invención de su combinación y la elección de los colores. Nos aferramos a estas formas yuxtapuestas que contiene, cada una, su secreto gráfico. La lectura provoca la nostalgia de una lengua que, quizá otrora, sabíamos descifrar, signos de los que conocíamos el significado y los símbolos, figuras y tótems completamente re-tratados por una visión de las formas y los objetos de nuestra modernidad. Lo que ilustra muy bien la fascinación etnológica en los años cincuenta el gran arquitecto de Buenos Aires Amanacio Williams, cuando destacaba la importancia del signo y la perennidad de su mensaje: “estas imágenes y símbolos resisten a todas las fluctuaciones del pensamiento. Apego voluntario o sumisión maquinal, el signo permanece siempre presente y su valor intrínseco no disminuye por eso”.

Pero el arte de los pueblos andinos primitivos es un arte sagrado. El artista expresa el conocimiento. Reproduce los fenómenos del mundo sensible manifestado y, por extensión, su grafismo se beneficia con las fuerzas que esos fenómenos liberan. Estas líneas son plásticas en tanto ellas se inspiran en las armonías de la naturaliza y traducen con precisión un ritmo interior y superior.

El mundo creado por Víctor Montoya ha surgido de su grado cultural y de culto, no hay grafismo por casualidad! Es así como las emociones de su alma, así como lo esencial de sus conocimientos van a expresarse en transparencia en su tela, pues el pensamiento arcaico tanto como el pensamiento contemporáneo no tiene a su disposición más que la materia muy limitada de la línea y del plano.

Estos signos acuñados como metal, remachados, estampados, soldados, estos arcos de círculo son acaso los cuernos rituales de los mitos uranianos: la bóveda celeste, la lluvia, la fecundidad, la evasión formal del principio: “energía-conciencia”, el yo dinámico luego, por analogía, el acto en sí de la fecundidad y por extensión, la forma genésica.

Cabreadas, triángulos, círculos, curvas, son signos del agua. Estos signos no están bañados, acaso, en este elemento, como los cascos de los navíos hundidos y que descansan inmóviles en el fondo de los mares, como esas civilizaciones engullidas por el tiempo?

Pero también, signo del aire, elemento principal del aliento y la vida. Dualidad inquietante!

Entre sus telas, las mas características son: “Por donde vienen los días”, una tela de grandes dimensiones, vestimenta funesta de algún jefe inca, “Translación” de tonos verdes y rojos, más grande todavía, “El capitel”, “Luna del amanecer” tratada en tonos pastel rosa y verde que contrastan extrañamente con el rigor implacable de esas telas sumergidas.

Estamos aquí en presencia de una obra de calidad que se acerca a un Herbin o a un Pillet, por el rigor en la composición de sus telas. Más bien Pillet, que fue un arquitecto y supo tratar la materia. Las superficies angulares no son planos uniformes sino un ensamble de láminas recortadas que no tiene nada que ver con la abstracción fría que caracterizó a los émulos de Mondrian.

Víctor Montoya ensambla círculos, cuadrados, triángulos o rectángulos que existen realmente en el mundo exterior y él medita largamente sólo en este ensamble. Por el color elegido, la delimitación de las superficies, sus contextos en el seno de la composición, que él distingue en la materia, concibe un lenguaje pictórico que sólo a él le pertenece, interesante actitud que no hace sino impresionar al observador que ahí descubre un arte que no había sido exteriorizado hasta ahora.